
Autor: Ronald Ancajima Ojeda (20-jun-2025)
Durante décadas, hemos oído decir que el Perú es un “país en vías de desarrollo”. Esta frase, repetida hasta el cansancio, no solo minimiza nuestro potencial, sino que también ignora una verdad esencial: el Perú no es un país que aspire a desarrollarse, sino un país que lucha por recuperar el desarrollo que ya tuvo hace más de 600 años. Antes de la llegada del mundo colonial, los Andes fueron cuna de una de las civilizaciones más sofisticadas en el manejo del agua y del territorio. Hoy, los jóvenes profesionales del agua tienen la responsabilidad histórica de reconectar con ese legado, no como una nostalgia del pasado, sino como una brújula para construir un futuro justo, resiliente y verdaderamente nuestro.
Un legado vivo bajo nuestros pies
Cuando observamos el Perú desde el cielo, desde los valles costeros hasta las cumbres altoandinas, descubrimos una ingeniería ancestral escrita en la tierra en las piedras. Andenes que tallan montañas, canales que desafían la gravedad, reservorios que almacenan lluvia y saberes milenarios. Según AGRORURAL, existen al menos 500 mil hectáreas de andenes en uso o en abandono, distribuidas en 11 regiones. Investigadores como Luis Masson elevan esta cifra a un millón de hectáreas. No son solo cifras impresionantes; son testimonios vivos de un sistema productivo y ambiental armónico, integral y profundamente sostenible.
Estos sistemas no fueron obras de improvisación. Requirieron ciencia, planificación, trabajo colectivo y una visión del mundo que colocaba al agua como eje de la vida y la organización social. Los inkas y culturas anteriores como los wari, nasca, mochicas y chachapoyas desarrollaron modelos de gestión del agua basados en cuencas, con criterios de equidad, conservación y seguridad hídrica, todo para una seguridad alimentaria, conceptos que hoy, en pleno siglo XXI, tratamos de institucionalizar desde la teoría de la Gestión Integrada de Recursos Hídricos (GIRH) y buscamos acabar con el hambre y la pobreza, aspectos que se concentran, por irónico que parezca, en las regiones que antes alimentaron al Tahuantinsuyo, y nos referimos a la zona sur del país: Huancavelica, Ayacucho, Apurímac, Cusco y Puno.
Ingeniería hidráulica ancestral: ciencia aplicada al territorio
La ingeniería hidráulica ancestral andina no es un mito ni una alegoría romántica; es ciencia aplicada con criterios de eficiencia, resiliencia y sabiduría ecológica. Se construyeron presas altoandinas —hoy invisibilizadas en muchos estudios modernos— para acumular agua de lluvias y deshielos, ejemplos de ello en las cumbres de la Cordillera Negra en Ancash. Se crearon sistemas de infiltración para recarga de acuíferos, conocidos hoy como «siembra y cosecha de agua», pero ya practicados desde hace siglos, evidencia de ello en los canales amunadores de Tupicocha en la cuenca alta del río Lurín en Lima. Se diseñaron canales con pendientes exactas, revestidos con piedras y vegetación, capaces de conducir agua a través de distancias imposibles con pérdidas mínimas, tal como los encontramos en los llamados puquios de Nasca, una maravilla de la ingeniería hidráulica moderna.

Se estima que existieron más de 25,000 kilómetros de caminos incas, muchos de ellos integrados a sistemas hidráulicos. En regiones como Ayacucho, Cusco, Cajamarca y Ancash aún persisten canales preincaicos en funcionamiento, desafiando el paso del tiempo. Esta infraestructura ancestral no solo es técnica; es profundamente social. Su sostenibilidad dependía del trabajo comunal, el respeto por los apus (montañas), las mamas (lagunas), y una cosmovisión que integraba a la naturaleza como aliada y no como recurso a explotar.
¿Qué ocurrió? ¿Cómo perdimos este desarrollo?
La llegada del invasor por 1532 significó una ruptura violenta con esta sabiduría. Se desarticuló el sistema de reciprocidad, se impuso una visión extractivista y vertical, y se marginaron las formas colectivas de uso del agua y del territorio. Las tecnologías andinas fueron despreciadas como primitivas, y la ingeniería europea —adaptada para otros climas y geografías— fue sobreimpuesta sin diálogo ni comprensión del ecosistema andino. Dejamos de mirar el cielo, donde encontramos respuesta a los grandes misterios de la vida, que lo plasmamos en los textiles, la cerámica y la arquitectura; para ver después el suelo y pensar en que extraemos de él.

Recuperar el desarrollo: una urgencia ética y técnica
Hoy, frente a la crisis climática, la inseguridad hídrica, la pérdida de suelos y la degradación de ecosistemas, el Perú tiene la oportunidad y el deber de recuperar ese desarrollo interrumpido. No se trata de volver al pasado, sino de proyectarlo al futuro con innovación, diálogo de saberes y compromiso social.
¿Cómo lo hacemos?
- Revalorando los sistemas ancestrales como base técnica: Integrar andenes, amunas, qochas, canales y reservorios tradicionales en los planes de inversión pública y privada, reconociendo su funcionalidad y adaptabilidad climática.
- Fortaleciendo la planificación por cuencas: Reforzar los Consejos de Recursos Hídricos de Cuenca como espacios de articulación entre saber técnico y saber comunal. Recuperar el principio inca, del «Ama Sua, Ama Llulla, Ama Q’ella» como ética para la gestión.
- Formando Líderes GIRH: Necesitamos una nueva generación de jóvenes ingenieros, planificadores, sociólogos, agricultores, que no solo manejen software hidráulico e hidrologíco, sino que comprendan el idioma del territorio. Que bajen a la chacra, escuchen a los mayores y se inspiren en el conocimiento ancestral como base para innovar.
- Impulsando tecnologías híbridas: La verdadera innovación en el Perú no está solo en importar soluciones extranjeras, sino en crear tecnología desde nuestra identidad, combinando sensores con prácticas tradicionales, drones con cartografías comunales, inteligencia artificial con sabiduría popular.
Mensaje para los jóvenes profesionales de los recursos hídricos
Jóvenes, este es su momento. No han nacido en un país pobre, sino en un país empobrecido por siglos de despojo, pero lleno de potencial. No acepten que somos “en vías de desarrollo”; somos una civilización en recuperación de su esplendor. Tienen el deber de estudiar con rigor, pero también de caminar con humildad las montañas, escuchar a los comuneros, aprender de los amautas del agua que nunca fueron a la universidad, pero conocen la cuenca como si fuese su cuerpo.
No tengan miedo de ser diferentes. Propongan proyectos que integren andenes con riego presurizado, qochas con sistemas de monitoreo, canales antiguos con obras modernas. Sean valientes para cuestionar, pero también sabios para construir. El Perú no necesita copias; necesita creadores. Y el agua es el mejor lugar para empezar.
Conclusión
Perú no está buscando un desarrollo que le es ajeno; está reconectando con un desarrollo que fue interrumpido. Tenemos una historia que no se escribe solo en los libros, sino en la tierra, en las piedras que sostienen andenes, en los canales que aún fluyen con vida. Este ensayo no es un homenaje al pasado, es una llamada al futuro. Jóvenes del agua, tomen la posta. El desarrollo ya lo tuvimos. Ahora nos toca recuperarlo, defenderlo y llevarlo más lejos de lo que nuestros ancestros soñaron.

